Fabricante de chechias en su pequeño taller
Joven tunecino bordando una chilaba típica masculina
Anciano experto en la fabricación de ropa de mujer en seda
Una sonrisa, un "bonjour" y la mano derecha sobre el corazón es el gesto que mejor define el carácter de un pueblo amable, abierto, receptivo, respetuoso, con anhelo de ser comprendido y respetado en toda su complejidad. Pasear por sus mercados de la mano de un guía nacido en uno de las zonas más populares-La Goulette-y dejarte llevar por lo que él define como "mis paseos diarios para hacer la compra" es enfilar hacia su propio mundo lleno de colorido: comprar piñones y especias, latas de conservas, aceitunas, naranjas, limones, tomates, pescado...Sorprende tanto pescado, tanta fruta y hortaliza, tanto de tanto, en un ir y venir de comerciantes y compradores en este mercado alejado del circuíto turístico.
Este singular guía dice tener especial interés en dar a conocer lugares donde se palpa la autenticidad del pueblo tunecino. Muestra los talleres de sus amigos: el fabricante de chechias o gorros, el anciano artesano de la seda que viste a la mujer tunecina, el que borda en la chilaba, el vendedor de perfumes, el librero. Gente-dice-que ama su oficio más allá de la atracción turística; que quiere preservar su rica herencia y se siente orgullosa del legado de fenicios, árabes, turcos y romanos reflejado en sus mosaicos, puertas y ventanas con rejas, arquitectura y usos y costumbres. Este hombre es un libro abierto y mientras camina no deja de descubrir anécdotas de la Historia de su ciudad, Tunez, de su país, de su religión-la religión de la Fe, de la ayuda al prójimo, del peregrinaje a la Meca, del velo como símbolo de que en la mujer lo que hay que buscar es el interior no el exterior-del té de menta con almedras que quita el hambre, de los variadísimos dulces excepcionalmente elaborados, de la gastronomía, intensa de olores, tan rica en especias, tan exhuberante.
Jóvenes de la alta sociedad tunecina paseando por la playa
Niños ricos con sus quads en la playa de La Marsa
En este recorrido por la medina, mezquitas y zocos bulliciosos hay una percepción de pobreza que se evidencia aún más en los barrios de las afueras de Tunez con sus casas mal construídas y de ladrillo sin pintar y que con esta visión, viene a la memoria la imágen de esos pueblos paupérrimos de Andalucia al que la cal blanca daba tanta dignidad. Esta pobreza con la que te topas alejándote de Tunez te confronta a la realidad lejos del recorrido turístico como la bella y blanca-azul Sidi Bou Said, Cartago o La Marsa-una de las zonas residenciales y más ricas del país de chalets, con campos de golf y de hoteles de lujo con vistas a sus largas playas en las que al atardecer la clase alta pasea con sus caballos acompañada por su entrenador y con guardaespaldas vigilando desde sus todos terrenos, ó niños ricos montados en quads. Contrastes de un lugar de contrastes del que te alejas estimando especialmente a su gente, la buena gente tunecina que, ofrezca lo que ofrezca, sea el oficio que tenga, muestra lo mejor de sí misma. Su mano sobre el corazón es el símbolo de ello.